Es enseñanza constante de la Iglesia que el matrimonio está ordenado por Dios al bien de los cónyuges, a la manifestación del amor y la ayuda mutua; así como a la generación y educación de los hijos. El matrimonio es indisoluble, es decir, “lo que Dios une no lo separa el hombre”, por lo tanto, la Iglesia no acepta el divorcio, o lo que es lo mismo, la disolución del vínculo matrimonial.
Pero para que Dios una el vínculo de los esposos mediante el sacramento del matrimonio, se necesita de ambas partes: El amor, la libertad, la madurez, la sinceridad, el conocimiento de sus obligaciones y derechos; la capacidad de asumir las obligaciones esenciales; no excluir ningún elemento esencial como son la unidad, la fidelidad, la indisolubilidad, no excluir el bien de los hijos, ni la paternidad responsable. Así mismo, no tener ningún impedimento diariamente, ni nada que sea un obstáculo para la celebración válida del matrimonio. Por lo tanto, la Iglesia declara nulo, es decir, invalido el matrimonio religioso celebrado, cuando comprueba que desde el principio no existió verdadero vínculo matrimonial.